
UN ENCLAVE CONVERTIDO HOY EN MUSEO
Museo: qué ver…
Tras aquella brillante inauguración de la fortaleza las obras continuaron su curso, con una perfección tal, que aún hoy continúan llamando poderosamente la atención tanto de técnicos como de profanos. En 1864 cobraban un nuevo impulso tras haberse ralentizado una vez más. De 1867 a 1868 el número de trabajadores disminuyó de forma importante, aunque tomarían nuevo impulso durante 1869. Volvieron a quedar paralizadas hasta 1877, tras lo cual volvían nuevamente a recuperar su ritmo hasta 1887. En los años siguientes se fueron invirtiendo otras importantes partidas económicas para su artillado, siendo la instalación que más llama la atención en cuanto a este concepto se refiere, la pareja de grandes piezas del calibre 38.1 Vickers-Armstrong, que allí continúan desafiando el horizonte con su notable e impresionante envergadura.

Pero, ¿cuál ha sido el resto de la historia de la fortaleza de Isabel II hasta hoy?. El emblemático lugar forma parte del complejo histórico y monumental del puerto, cuya salvaguarda depende del consorcio cívico-militar que fuera constituido al efecto y cuyo reglamento o articulado permaneció en los despachos de los ministerios durante largo tiempo. Se buscaba para el mismo una salida que permitiera su mantenimiento como bien histórico y cultural del rico patrimonio de Menorca. Actualmente su gestión está confiada a una empresa civil quien se encarga del mantenimiento y divulgación entre los numerosísimos visitantes que acuden al mismo. Y, ¿qué concepto o idea tiene la gente de la calle sobre esta instalación?. Para unos, y durante muchos años, fue el referente de la población y la isla de cara al exterior. “Mahón es un penal”, era una frase cotidiana que quien esto escribe escuchó en numerosas ocasiones en Madrid, Barcelona o Cartagena, entre otras. Por ello, en cuanto dejó de tener utilidad como tal, las autoridades locales no pararon hasta lograr del Gobierno la supresión definitiva de dicha función. Para otros, la Mola se convertiría en un referente de este puerto en que cuando el vapor correo tenía que doblarle la punta del Esperó, raro era el día en que no se saltaba un poco por la omnipresencia de la mar de tramontana. Quien lo ha visitado (muy recomendado), sin duda ha descubierto un paisaje impresionante, con unas bellísimas y espectaculares vistas panorámicas, así como de los distintos asentamientos de defensa instalados por doquier, entre praderas del amarillo color de la ‘camamil·la‘ (manzanilla), que también le ha dado parte de su fama (se dice que es la de mejor calidad de toda la isla). Impresionantes son también sus negros acantilados, así como las espectaculares y amenazadoras grietas abiertas en tierra (‘avencs‘) en su fachada NNE. Y también para otros, no dejará de ser nunca el lugar en que ocurrieran unos tristes episodios en el transcurso de la Guerra Civil española, episodios que jamás debieran de haber ocurrido entre un mundo que se autocalifica como “racional”.

Hace unos años y para la revista “Club Marítimo de Mahón”, con la valiosísima ayuda del entonces coronel retirado sr. Fornals, a la par que historiador y fuerte impulsor del Consorcio Militar de Menorca con el fin de mantener viva la historia militar de la Isla, se extractaron las instalaciones de artillado que se habían llevado a cabo en distintas épocas de su historia, donde las primeras piezas instaladas nacieron con la misión exclusiva de batir y defender la bocana del puerto, hasta tener la capacidad de dominar un amplio espectro del litoral de Menorca. Las primeras piezas se instalaron en las casamatas existentes en el margen izquierdo de la carretera de acceso y en la cortadura cercana al agua. Todas las casamatas tenían sus correspondientes cañones que eran piezas de las denominadas “avancarga”, es decir, que la carga se llevaba a cabo por su parte frontal utilizando proyectiles de forma esférica. Eran piezas de carga lenta y de alcance muy limitado. Por lo que se refiere a la defensa de la fortaleza por el frente terrestre, existía lo que se denominaba “contraguardia”, provista de cuatro piezas que batían el acceso a la misma, con un foso delante y otro foso detrás. Más adelante se instalaría la primera serie de piezas de “retrocarga”, es decir, que se cargaban por la parte posterior lo que tendría lugar en la batería que sería bautizada como “Reina Regente” (o también ‘Punta de Afuera’), emplazada sobre la Punta des Clot. Sus cañones estaban construidos con el interior del tubo de forma estriada con la finalidad de obtener una mayor precisión de tiro, un mayor alcance de disparo y, también, una mayor rapidez de carga, todo ello fruto de que el proyectil, al ser disparado, salía del tubo girando sobre su propio eje, lo que transformaba su anterior choque con la masa de aire en un movimiento de enroscado, producto del giro, sistema utilizado aún hoy en día. Ello dejaba como definitivamente obsoletas todas las piezas de avancarga empleadas hasta entonces. Las nuevas defensas pasaron a cubrir un mayor objetivo, no limitándose solamente a la defensa de la bocana como hasta entonces, ya que su alcance les permitiría batir hasta la Isla del Aire por lo que respecta a las instaladas en el flanco S, mientras que las del flanco N garantizarán la defensa hasta el Cap de Favàritx.

Este fue el comienzo, tras lo cual diversas baterías serían instaladas a lo largo de los tiempos en el perímetro de la Mola, como se ha citado anteriormente, con una primera finalidad cual era la defensa de la bocana y, más adelante, de un flanco bastante extenso de la costa E de Menorca.

Situados ya a principios del siglo XX, con la aparición de los cañones de 15 mm. “Munáiz-Argüelles”, se adapta la defensa a las nuevas vicisitudes aportadas por la irrupción de los buques de propulsión a motor y con casco de acero. La etapa de la vela y la madera había quedado, en este campo, anclado en el pasado, modernizándose a partir de aquí mucho más las flotas, lo que traería como consecuencia la sustitución del artillado existente por otras piezas muchísimo más efectivas y poderosas de patente extranjera, como las Vickers 15,24, con un alcance de entre 15 y 20 kilómetros, para terminar con los soberbios Vickers del calibre 38.1, de un alcance de 40, finalizándose su instalación en 1936. Para ello se habría recorrido un largo trecho en la historia militar menorquina porque, a finales del siglo XIX, poco antes de la guerra de Cuba, la Mola había vivido una época crucial para su futuro, en que una Junta decidiría su artillado, realizando para ello un estudio previo y muy completo del enclave. En 1898 tendría su prueba más importante con lo que se creía un desembarco en toda regla de la escuadra americana en Mahón. Y es que una de tantas noches había entrado en el puerto la escuadra del almirante Cámara, creyendo los habitantes de Villa Carlos que se trataba de la escuadra americana, cuando era la española.

LA GRÚA KRUPP QUE SE INSTALÓ EN EL MOLL DE LA MOLA, PERMANECIENDO EN EL MISMO HASTA LOS 60-70 EN QUE
FUE DESMONTADA COMO CHATARRA (FOTOS ANTIGUAS DE MENORCA)
Durante un tiempo todas aquellas baterías se encontraban desmontadas, salvo las dos piezas Vickers del 38.1, aunque permanecían intactos sus asentamientos u obras civiles, perfectamente definidos y en un excelente estado de conservación, lo que sirvió para que el Consorcio pudiera ir reconstruyendo nuevamente e instalando algunas de las piezas originales pero, en esta etapa, adaptadas a su nueva función de elementos constitutivos de un museo histórico. La batería de costa que presenta mayor deterioro es la denominada “Enterrada” (se encuentra bajo tierra), al haber sufrido los efectos de un terrible temporal a finales del XIX principios del XX que le arrebató una considerable porción de acantilado, derrumbando con ello una parte muy importante de su asentamiento, que iría a parar directamente al mar. De todos modos, lo conservado da una perfecta idea de lo que fueron en su tiempo.

Otras baterías han sido las siguientes: Baterías antiguas (siglo XIX y principios del XX): “Reina Regente” o “Punta Afuera” (2 cañones Ordóñez de 15 cm, 2 cañones Krupp de 26 cm, y 2 cañones Nordenfelt de 57 mm); “Baluarte nº 9” o “Enterrada” (3 cañones de 15 cm Ordóñez); “General Castaños” o “Nº 10” (4 cañones Ordóñez de 15 cm); “Reina Victoria”, “Cuarteles Bajos” o “Nº 11” (2 cañones Krupp de 30,5 cm); “Del Clot” o “Munáiz” (4 cañones Munáiz- Argüelles de 15 cm); “General Palafox” (4 obuses Ordóñez de 24 cm) y “General Álvarez de Castro (4 obuses Ordóñez de 24 cm), todas ellas en la fachada sur del peñón. “Batería del Esperó” (6 obuses Ordóñez de 24 cm); “Alfonso XII” o “General Ordóñez” (4 cañones H. Sunchado mod.1884 de 24 cm); “General Ricardos” (6 obuses Ordóñez de 24 cm) y “General Barceló” (4 cañones H. Sunchado mod. 1884 de 24 cm), todas en la fachada norte.

En los años treinta se instalaron las baterías “Armstrong-Vickers 15,24”, emplazándolas en la punta de S’Esperó y constituidas por 4 cañones (1935), siendo reubicadas poco después dos de ellas un poco más hacia el N. En 1935 se comenzaron a instalar las dos piezas “Nº 1” y “Nº 2”, de Armstrong-Vickers calibre 38.1 en el flanco S, que serán descritas más adelante las cuales, al iniciarse la Guerra Civil española (julio de 1936) aún no habían entrado en servicio.

El ingeniero militar don Mariano Rubió, padre del mecenas menorquín don Fernando Rubió y Tudurí, fue quien dirigió la construcción de la batería del Clot o Munáiz, formada por dos parejas de piezas de artillería separadas por un espaldón, lo que evitaba las posibles repercusiones por el hecho de que fortuitamente reventara alguna de ellas. Las posiciones tenían su propio almacén de proyectiles, estando separadas las cargas de las espoletas, como es habitual en este tipo de instalaciones.

Completan las instalaciones diversas edificaciones que han venido formando la realidad del que fuera el más importante cantón militar de Menorca, muchas de las cuales presentan desgraciadamente en la actualidad un aspecto ruinoso (como el resto de instalaciones desafectadas existentes), que exigen un fuerte presupuesto para su mantenimiento y conservación. En un tiempo existieron dos regimientos ubicados en este singular enclave, uno de Infantería y otro de Artillería, además de un grupo de Ingenieros y el Parque de Artillería. La Unidad de Apoyo Logístico (UALOG) fue el último en utilizar estas instalaciones. Quedan en pie diversos edificios que sirvieron como polvorines en distintas épocas, otros que constituyeron la “Penita” y uno de color blanco que fuera utilizado por la Armada que, coronado por una torre, constituyó la Vigía de la Mola durante varias décadas. El origen de este edificio parte de una torre denominada de San Jorge, existente ya en el siglo XVI y que fuera primera edificación de la Mola siendo propiedad de la Universidad General de la Isla de Menorca.

Dejamos para el final las dos piezas mas singulares de este ex enclave militar: la pareja de Vickers-Armstrong de calibre 38.1. El acceso que conduce directamente a ellos está delimitado por su propio portalón, constituyendo una zona perfectamente acotada dentro de la misma fortaleza. Cada pieza posee su propio túnel de acceso ya que tanto el polvorín como la complicada estructura que hace funcionar a cada una de estas dos formidables máquinas de guerra son totalmente autónomas y subterráneas. Se han comparado en numerosas ocasiones a las instalaciones que han podido visionarse en la película “Los cañones de Navarone”, protagonizada por el actor Gregory Peck, aunque nada tienen que ver. Si acaso las dimensiones y el sistema subterráneo.

Los proyectiles descansan en unas jaulas o cunas ex profesas para los mismos y, con el concurso de una grúa, permiten ser depositados sobre unas vagonetas que discurren sobre dos carriles de hierro, para ser transportadas hasta la base del cañón. Desde allí, mediante un ascensor o elevador, son subidas hasta la torreta y depositadas sobre una rampa telescópica a modo de tobogán, que facilitará su entrada a la recámara. Toda esta impresionante y compleja instalación está gobernada por un motor que hace funcionar una prensa hidráulica la cual, mediante aceite, se encarga de mover todos los engranajes, convirtiendo la instalación en un sistema totalmente automático.

También, y en base a la autosuficiencia de la pieza, hace funcionar un potente generador de electricidad que, además de cargar el equipo de baterías de arranque y servicio de la pieza, abastece de alumbrado eléctrico a todo el recinto. Para los casos de supuesto de avería fortuita, se dispone también integrada en el conjunto una grúa exterior que, a través de una trampilla, permite realizar toda la operación de carga manualmente. Cada pieza dispone de su instalación completa con todos estos servicios. Además, en la misma sala de máquinas se encuentran las zonas adecuadas y herramientas necesarias para llevar a cabo un perfecto mantenimiento del sistema, con grúas y guías fijadas sólidamente en el techo.

Los artilleros que prestaban servicio a cada una de ellas se encontraban situados en el interior de la torreta blindada que envuelve a la recámara, y en las instalaciones bajo tierra. En la cámara alta existe a la derecha un completo equipo de telemetría para realizar los diferentes cálculos que permitían ajustar el disparo, conteniendo telefonía convencional así como otra auxiliar a través de tubos acústicos para comunicarse con el personal situado en la cámara de proyectiles y maquinaria subterráneas. Todos los elementos continúan perfectamente engrasados lo que mantiene las piezas en perfectas condiciones. Este mismo tipo de cañón y aún mayores (40 cm) serían incorporados al artillado de los grandes acorazados norteamericanos de los años cuarenta. Es más, las dos piezas de la Mola, más las parejas instaladas en Llucalari y Favàritx habían sido construidas originalmente para artillar a las unidades de la armada de un gobierno sudamericano, que abandonó el proyecto por salirse totalmente de presupuesto cuando ya se estaban construyendo en la factoría británica, siendo adaptados para ser emplazadas como elementos de batería de costa al interesarse por ellos el gobierno de la República Española, que fue quien los adquirió finalmente.

Ante el tamaño de estas piezas y sus proyectiles, así como de su compleja infraestructura, cabe preguntarse cómo debían de ser esos acorazados cuya eslora excedía de los 240 metros. La frecuencia de tiro era de un disparo cada cinco o diez minutos, con el buque a plena velocidad, no pudiendo llevarse a cabo muchos seguidos.

Con el paso de los años, el personal destinado en la fortaleza fue disminuyendo al ir perdiendo la importancia estratégica otorgada varias décadas atrás, hasta quedar un pequeño retén en los años noventa hasta la entrada en servicio del nuevo Cantón de San Isidro. Atrás quedaron los años en que se veía navegar por el interior del puerto a las célebres “motoras” de Transportes Militares, números “1” y “2” que, sobre todo los fines de semana, llevaban a remolque los enormes lanchones repletos de soldados que bajaban a pasear a la ciudad, que más adelante serían sustituidas por camiones al construirse la actual carretera. Previamente, las motoras habían hecho amarrar a las embarcaciones que, a vela y a remo, efectuaban el mismo servicio, cruzando la bocana y enfrentándose a la mar los días de temporal, pues no sería hasta 1900 cuando los ingenieros militares abrieran el canal de Alfonso XII, o de San Jordi, lo que uniría la cala de Sant Jordi con la de Teulera, acortando el recorrido y librando del desagradable trago a los militares que viajaban a bordo.

En la actualidad la Mola y su Fortaleza es visitada por grupos turísticos y existe un gran interés por parte de sus responsables en que se comience a actuar con plena capacidad y facilidades tal y como tiene contemplado el Consorcio para no dejar que se pierda ni un ápice de lo que forma parte incuestionable de la historia de Menorca que viene del pasado y que debe de servir a las generaciones futuras. En aquella ocasión, el señor Fornals lo decía muy claro:

“Deseo que el Museo Militar, actualmente consolidado, esté implicado en las instituciones civiles y que no sea estrictamente militar, como patrimonio que es de nuestra Isla. La arquitectura militar es un legado que poseemos y las autoridades tanto autonómicas como el Consell Insular, y los Ayuntamientos de Mahón y Es Castell, al ser depositarias de este patrimonio de Menorca, tienen que sentirse implicadas tanto en su conservación como en el hecho de mostrarlo a todo el mundo. Este es el criterio que pensamos seguir desde el Museo. Desde hace tiempo pensaba ponerlo en marcha; ahora ha cumplido quince años, cuenta con el local adecuado para contener todo el material y permite ser cómodamente visitado. Dispone, además, de un personal cualificado que estoy especializando para su mantenimiento y desenvolvimiento y, felizmente ha contado con el apoyo de los últimos Comandantes Generales de Baleares, que incluso vienen potenciándolo. El Comandante General actual está en contacto con el Ministerio de Cultura y, posiblemente, podrá realizarse próximamente alguna restauración en el Castillo de San Felipe”
(efectivamente, algún tiempo después daban comienzo los trabajos de reconstrucción de sus murallas en diversos puntos, hoy paralizadas). Y continuaba:
“Lo que es muy importante y se tendría que conseguir es que nuestra gente joven se implicara de lleno en la conservación de este patrimonio que es el suyo ya que ellos son quienes el día de mañana deberán mantenerlo y que desde ya, tienen que acostumbrarse a respetarlo porque, por desgracia, no siempre sucede así”.
Ello venía a cuento porque se habían producido diversos daños como consecuencia del gamberrismo en el Fort de Malborough tras haber sido adecentado, así como en la Torre d’en Penjat, dos interesantísimas construcciones históricas limítrofes con la cala de Sant Esteve.

“Eso es algo que habría que hacer comprender a todos los menorquines, desde los más jóvenes a los más viejos: que todo lo que hay aquí es de todos y que, todos, tenemos la obligación de conservarlo”.